Museo de Bellas Artes Octavio de la Colina, La Rioja, 2010


Una furia….

PINTURAS

F.Fraschina/C. Rodríguez Ballester

Cuando nos acordamos de que todos somos desequilibrados, desaparecen los misterios y la vida se explica.
Mark Twain.
 

De la  sangre derramada por la castración de Urano, en manos de su hijo Cronos, se originaron las tres “furias”: Envidia, Venganza y Odio. Esta furia empleada como un adjetivo poco feliz, inspiró a Vauxcelles en 1905, para describir, en aquel momento, un novedoso y no tradicional empleo del color, presentado en el salón de otoño de Paris por Matisse y sus amigos.

Con la misma paleta “furiosa” y una pincelada contemporánea Fraschina y R. Ballester nos presentan esta muestra. Dos miradas completamente diferentes en empatía plena con el color.

Como los primitivos italianos  y los orientales, el color se transforma en un medio de expresión. Los colores tienen una personalidad propia que hay que tratar de conservar como en la música hay que tratar de conservar los timbres. Cosa de imaginación, de  construcción, para no alterar la frescura del color.

Fraschina crea mundos sensuales, provocadores, exuberantes,   donde las personas, protagonistas casi exclusivas de su obra, presentan las alegrías y tristezas, de la vida terrenal. Todo desborda pasión desde la generosidad de las anatomías hasta la casi procacidad de lo gestual. La manera de abordar el espacio es casi tan caótica  y excesiva, como seguramente lo son los sentimientos que llevaron a generar esas imágenes. La sinceridad que conserva, al plasmar un sentimiento íntimo, sin trampas ni autocomplacencias, nos permite como espectadores dejarnos “invadir” por la intensidad de sus trabajos. Es imposible permanecer indiferente ante este estallido de estímulos visuales que en cada persona impactarán diferente, conectándonos quizás, con espacios sensoriales no  muy explorados pero presentes en todos nosotros..

R. Ballester disfraza de aparente paz, sus bosques inhabitados, artificiales, lúdicos. Imposible sospechar vida alguna entre esos árboles, imposible  traducir de un modo directo y simple la inquietud que despierta esa absoluta esterilidad del paisaje. Personalmente me sugiere una metáfora sobre el futuro de nuestro planeta.

En su pintura los colores tienen su fuerza y elocuencia cuando los emplea en estado puro, cuando su brillo y su pureza no son rebajados por mezclas extrañas al de su naturaleza. Desde ya que el color puro, con su intensidad y sus reacciones sobre las cantidades vecinas, es un medio difícil. La tela parece tensarse permitiendo, con elementos imposibles desde lo real, espacios recorribles, que se ven reales y posibles y al mismo tiempo, fantasiosos y oníricos. Abre un dialogo con el espectador en el que nos exige olvidarnos de nuestra intelectualidad para permitirnos dejarnos invadir por nuestras emociones.

No es casual que emplee frecuentemente, a modo de modismo neológico el termino: “una furia” al referirme a algo que de tan bueno, me sorprende y me saca de mi habitual hastío


Hugo Albrieu